Pero los Celtíberos merecen interés más allá de la legendaria Numancia. Fueron un grupo de pueblos asentados en el entorno del Sistema Ibérico. Las influencias célticas de los siglos VIII y VII, así como las ibéricas de la costa mediterránea, calaron en las poblaciones de la Edad del Bronce y del Hierro que poblaban las duras tierras que hoy comprenden Guadalajara, Teruel, Zaragoza y Soria, principalmente. Es por esto que el nombre “Celtíberos” y “Celtiberia” nos llega de los romanos, al englobar a varias etnias y pueblos de similar cultura, pero realmente se trataba de aldeas independientes entre sí, y más tarde, ciudades y aldeas que controlaban territorios de influencia, aunque con relaciones entre sí.
Los pueblos del ámbito celta se asentaban en aldeas fortificadas conocidas como “castros”, practicaban el culto a la naturaleza sin más templos que ella misma, y practicaban el rito de la incineración de los difuntos.
Aún siendo uno de los castros más pequeños de la Celtiberia, el sistema defensivo del castro de Castilgriegos es muy laborioso. Se construye en torno al siglo III antes de Cristo con grandes bloques de piedra tallada, extraída de la roca que preside el cerro, creando de esta forma un foso que protege el recinto.
La entrada al recinto amurallado se encontraría en la zona norte, y estaría custodiada por una torre, que se asentaría sobre una zona más ancha de la muralla, y en la cual se ha encontrado lo que parece el entrante de la escalera para subir.
En el interior, aún sin excavar, apenas habría cabida para unas pocas casas, probablemente adosadas a la muralla en torno a una calle central, siguiendo un patrón repetido en otros castros.
A unos pocos metros al Sur, unos restos aún sin excavar pero del mismo material constructivo, parecen indicar que en tiempos del castro hubo una torre avanzada que controlaría la entrada del valle, que sería en época una ruta metalúrgica importante. El entorno del Alto Tajo ofrece el hierro, el agua y las salinas necesarias para la forja metálica.
La necrópolis, situada junto al río, parece decirnos que los celtíberos ya poblaban el valle dos siglos antes de la construcción del castro.
Los celtíberos que caían en combate eran dejados en el campo de batalla a merced de los buitres que elevarían su alma a los cielos, mientras que a los fallecidos sin violencia se les reservaba la incineración, y posteriormente el descanso de las cenizas en una urna, enterrada con las pertenencias del difunto, y marcada con estructuras de piedra.
Una multitud de piezas extraída de las 250 tumbas encontradas nos da cuenta hasta de las distintas “modas” en el ajuar de cada generación que se sucede en este lugar. Encontramos placas pectorales, broches, cinturones y utensilios domésticos, como en la mayoría de enterramientos celtibéricos. Pero además, armazones cónicos para tocados pelo como los que asociamos a princesas del medievo, o llamadores de ángeles como los que aún a día de hoy siguen de moda, aparecen ya en esta necrópolis, con unos acabados admirables.
Sin embargo, esta comunidad parece quedar extinguida en el tiempo aproximadamente en algún momento entre finales del siglo II y principios del I antes de Cristo. El castro es destruido por un incendio, tal como revelan las excavaciones, y la necrópolis deja de recibir urnas al mismo tiempo. Podría tratarse de un traslado o de un exterminio, ya que esta época es de grandes convulsiones por la conquista romana, o de ser algo más tardío, por las Guerras Sertorianas.
La Junta de Castilla la Mancha y especialmente el Ayuntamiento de Checa han impulsado desde 2005 los trabajos de investigación y recuperación del yacimiento arqueológico, dirigidos por los arqueólogos Juan Pablo Martínez y José Ignacio de la Torre. La crisis económica ha forzado a suspender los trabajos desde 2009, pero el Ayuntamiento y el equipo científico trabajan para retomar las labores en 2014, y completar una excavación y musealización que ponga en valor este tesoro que duerme junto a Checa.
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