Caminamos desde las compuertas en dirección sureste ciento setenta grados, mil trescientos pasos, para llegar a los montones de tierra, encontrando restos de otro asentamiento un poco antes de llegar, partido ahora por el río Pinilla. Al contemplar aquel destrozo nos quedamos máspetrificados que los restos que aparecían casi fosilizados por haber estado en contacto con el agua. Los cráneos, como pilotes encima de los montones de tierra y desparramados por la zona de cultivo, ofrecían un panorama deprimente.
Observamos muy detenidamente el trozo que quedaba sin destruir, pensando que al siguiente día nada habría en su lugar.
Tenía unos trescientos metros de circunferencia incluida la zona del poblado, donde se puede apreciar la situación de las viviendas en forma de chozas, cubiertas con ramajes posiblemente. Su altitud debía ser de unos cuatro metros sobre el nivel fangoso de las aguas, inundándose a más altos niveles los años de crecida, como así lo demuestran los huesos fosilizados y otros sedimentos orgánicos cubiertos por una considerable capa de calcita.
Los enterramientos estaban realizados bajo cúpula, como pudimos comprobar en el momento en que una excavadora lo convertía todo en una zona de cultivo. (...) En los primeros estratos (niveles superiores), a partir de una gruesa capa de humus, los cadáveres habían sido colocados en urnas funerarias de cerámica espatulada, con enormes pezones y otros rasgos que reflejaban una influencia posíblemente argárica, todos ellos sin incinerar, cosa que no sucedía en los estratos centrales en forma de cúpula, cuyos restos humanos aparecían meticulosamente incinerados(...)”.
Se comprobó lo relatado en esos textos mediante una visita a la finca privada de acceso restringido en la que se encuentra este yacimiento arqueológico. A partir de esa inspección podemos constatar dos cosas.
En primer lugar la motilla ha sido «empujada con maquinaria pesada unos cuantos metros, a fin de plantar girasoles en la vega del río Guadiana, donde se encontraba. Sus materiales se encuentran removidos, revueltos y desplazados muy cerca de su posición original. Queremos resaltar que la motilla que hoy se aprecia no está en su sitio, sino que es el montón resultante
de aquella acción. De hecho, si se aprecia detenidamente su superficie, es posible detectar las improntas dejadas por la pala de la retroexcavadora.
El emplazamiento original de la motilla era la plataforma que se encuentra al oeste del actual montón de restos arqueológicos, entre éste y el cauce del río. En este lugar probablemente existan aún intactos los niveles de base originales de la motilla. Convendría su protección administrativa sin más demora, ya que no está incluida en la carta arqueológica de este término municipal.
En segundo lugar, queremos llamar la atención acerca de un tipo de hallazgo sorprendente que existe en este lugar: hemos constatado la existencia en La Jacidra de material arqueológico fosilizado dentro de rocas tobáceas generadas por el flujo del agua del río Guadiana, rica en sales y carbonato cálcico. Esas rocas formaban parte de la motilla que ahora se encuentra desplazada de su posición. Esas rocas son relativamente modernas y su creación se relaciona con el batir del agua cargada en sales, propia del Guadiana. Sucede entonces que esos componentes minerales antes disueltos precipitan y se adhieren al objeto mineral o vegetal con el que entran en contacto.
Por ese proceso se han creado las barreras travertínicas que han dado lugar a las Lagunas de Ruidera. Y, por ese mismo proceso, cerámicas, huesos y cenizas de la Edad del Bronce procedentes de La Jacidra han pasado, a lo largo de tres mil años, a formar parte integrante de la toba. Ello tiene un significado evidente y muy relevante: el registro arqueológico de la Edad del Bronce creado sobre el cauce del Guadiana y que dio lugar a la motilla se vio inundado de forma recurrente por el río con posterioridad a su depósito allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario