La fundación del santuario de Collado de los Jardines, así como el de la Cueva de la Lobera se fija a inicios del siglo IV a.C., momento en el que en el registro arqueológico se observa un nuevo proceso de apropiación del territorio político a manos de uno de los grandes oppida del Alto Guadalquivir: Cástulo. Esta ciudad ibera lidera un proyecto de expansión y control de la zona más oriental de la provincia de Jaén, en el que los santuarios de Collado de los Jardines y la Cueva de la Lobera se convierten en piezas claves: delimitadores ideológicos y fronteras físicas, al mismo tiempo que espacios de peregrinación, en el que se desarrollaban los ritos importantes para las comunidades que integraban este territorio político.
Con respecto a su ubicación territorial, ambos espacios de culto se asocian a dos de los principales corredores de acceso al Alto Guadalquivir y, por tanto, al territorio de Cástulo, ubicación que evidencia el vínculo entre estos enclaves sagrados y los pasos naturales. Castellar se relaciona con una de las principales vías de comunicación del Alto Guadalquivir, que pone en conexión esta área con Ciudad Real a través de Villanueva de los Infantes. Un importante corredor que se ha identificado con la Vía Heraclea. Con respecto al camino que transcurre por Collado de los Jardines, recientes trabajos la definen como una posible ruta secundaria, relacionada con las explotaciones mineras romanas de la Comarca de Sierra Morena y con el probable emplazamiento de una estructura campamental de época republicana en el entorno del santuario.
Desde el punto de vista estructural y organizativo el santuario se organiza en torno a varias terrazas y se relaciona con la existencia de manantiales de agua, lo que le vincula a cultos de tipo curativo, pero también a rituales relacionados con el paso de edad, de gran importancia ritual en el conjunto de las prácticas documentadas en estos contextos. En relación al culto desarrollado se han documentado gran cantidad de exvotos de bronce. Los exvotos, en sus numerosas variantes figurativas (entre ellas también las zoomorfas) y esquemáticas, representan la idea de ofrenda personalizada del/de la dedicante y de sus peticiones que se ofertan en concepto de sustitución e idealización de la plegaria. Son elementos que publicitan el carácter benefactor de la deidad o deidades, imágenes hechas para la divinidad, entendidas dentro de una colectividad o comunidad, pues la sociedad refleja en ellas sus actitudes, sus comportamientos.
Respecto a la posible existencia de un poblado de época ibérica asociado a la cueva-santuario, las únicas evidencias que actualmente se observan en superficie se localizan en la cumbre del Cerro del Castillo. Este sitio, de pequeño tamaño, difícilmente clasificable como un oppidum, queda protegido por defensas naturales y se encuentra muy deteriorado por una intensa actividad clandestina, que ha dejado en superficie un caos de piedras pertenecientes a las construcciones que han sido desmontadas durante años de expoliación, junto a una reducida presencia de cerámicas de tradición ibérica. Si bien resulta difícil caracterizar el poblado de época ibérica y romana, este objetivo se complica al tratar los problemas arqueológicos que plantea la existencia de un castillo en la zona de la acrópolis, que daría nombre al cerro que domina la cueva-santuario.
Europeana
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