La fundación de la ciudad de Caparra sigue la tradición romana de crear un asentamiento nuevo en un territorio ya conquistado, para agrupar a las poblaciones indígenas del entorno en un nuevo núcleo urbano que agrupase a las distintas poblaciones y sirviera de centro administrativo. No sabemos si el espacio donde se fundó la ciudad era territorio de lusitanos o vetones, ni los castros que los ocupaban; es posible que el nombre Kapara sí pudiera ser prerromano. Con el tiempo la ciudad cayó en el olvido, pero ya desde el siglo XVI viajeros y curiosos conocían el lugar como Ventas de Caparra. Aprovechando los restos de la termas de la ciudad se construyó la ermita de la Bella Flor, hoy desaparecida.
La fundación de la ciudad de Caparra sigue la tradición romana de crear un asentamiento nuevo en un territorio ya conquistado, para agrupar a las poblaciones indígenas del entorno en un nuevo núcleo urbano que agrupase a las distintas poblaciones y sirviera de centro administrativo. No sabemos si el espacio donde se fundó la ciudad era territorio de lusitanos o vetones, ni los castros que los ocupaban; es posible que el nombre Kapara sí pudiera ser prerromano. Con el tiempo la ciudad cayó en el olvido, pero ya desde el siglo XVI viajeros y curiosos conocían el lugar como Ventas de Caparra. Aprovechando los restos de la termas de la ciudad se construyó la ermita de la Bella Flor, hoy desaparecida.
Las primeras excavaciones en Caparra tuvieron lugar en el otoño de 1929 y en la primavera de 1930. Se fijaron los límites de la ciudad, las murallas, los templos y se encontraron varias necrópolis. En una de ellas se encontraron cerámicas prerromanas como platos, quemaperfumes y recipientes de almacenamiento con estampillas propios de las pueblos prerromanos de la zona.
Entre las piezas encontradas destaca una cajita de cerámica sin decoración de forma cuadrada con cuatro patas y un asa lateral. Este tipo de cajitas aparece en yacimientos del área celtibérica de la meseta norte por lo que se denominan «cajitas celtibéricas». Algunas de ellas, sobre todo en territorio de los vacceos, están decoradas profusamente mediante círculos y líneas excisos. Su forma parece evocar la de un animal de cuatro patas, tal vez un bóvido, o la caja de un carro.
Su función no está clara y algunos autores consideran que son saleros, recipientes para líquidos, vasitos de ofrendas para perfumes, hierbas, resinas o drogas utilizados en rituales religiosos, como luminarias para quemar aceite y alumbrarse o como cajitas para las cenizas de los difuntos. Otros ejemplares han aparecido en casas, por lo que su uso aún no está claro. Tal vez fueran las ultimas cerámicas de los vetones o lusitanos que vivieron en las inmediaciones de la ciudad donde con el tiempo se impusieron las cerámicas romanas.
(Museo de Cáceres)
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