En esta misma línea, pero de forma más
grave porque los hechos sucedieron a finales del siglo XX - un siglo después y
ya con una legislación sectorial específica para
proteger el Patrimonio Histórico -, Jiménez y Chaparro denunciaban sin eco ni
resultado alguno una acción similar sobre la Motilla de La Jacidra: “…un
labrador nos dijo que, algo más arriba, en “La Jacidra” estaban allanando un
morro que había en el centro de la vega, en donde sacaban cadáveres, vasijas de
muchas clases y alguna espada de bronce, lo que no sabía con seguridad, ya que
todo lo estaban haciendo con el máximo secreto. Caminamos desde las compuertas en
dirección sureste ciento setenta grados, mil trescientos pasos, para llegar a
los montones de tierra, encontrando restos de otro asentamiento un poco antes
de llegar, partido ahora por el río Pinilla. Al contemplar aquel destrozo nos
quedamos máspetrificados que los restos que aparecían casi fosilizados por
haber estado en contacto con el agua. Los cráneos, como pilotes encima de los montones
de tierra y desparramados por la zona de cultivo, ofrecían un panorama
deprimente. Observamos muy detenidamente el trozo
que quedaba sin destruir, pensando que al siguiente día nada habría en su
lugar. Tenía unos trescientos metros de
circunferencia incluida la zona del poblado, donde se puede apreciar la
situación de las viviendas en forma de chozas, cubiertas con ramajes
posiblemente. Su altitud debía ser de unos cuatro metros sobre el nivel fangoso
de las aguas, inundándose a más altos niveles los años de crecida, como así lo demuestran
los huesos fosilizados y otros sedimentos orgánicos cubiertos por una
considerable capa de calcita. Los enterramientos estaban realizados
bajo cúpula, como pudimos comprobar en el momento en que una excavadora lo
convertía todo en una zona de cultivo. (...) En los primeros estratos (niveles
superiores), a partir de una gruesa capa de humus, los cadáveres habían sido
colocados en urnas funerarias de cerámica espatulada, con enormes pezones y otros rasgos que
reflejaban una influencia posíblemente argárica, todos ellos sin incinerar,
cosa que no sucedía en los estratos centrales en forma de cúpula, cuyos restos humanos aparecían
meticulosamente incinerados(...)”. Se comprobó lo
relatado en esos textos mediante una visita a la finca privada de acceso
restringido en la que se encuentra este yacimiento arqueológico. A partir de
esa inspección podemos constatar dos cosas. En primer lugar la motilla ha sido
«empujada con maquinaria pesada unos cuantos metros, a fin de plantar girasoles
en la vega del río Guadiana, donde se encontraba. Sus materiales se encuentran
removidos, revueltos y desplazados muy cerca de su posición original. Queremos resaltar
que la motilla que hoy se aprecia no está en su sitio, sino que es el montón
resultante de aquella acción. De hecho, si se
aprecia detenidamente su superficie, es posible detectar las
improntas dejadas por la pala de la retroexcavadora. El emplazamiento original de la
motilla era la plataforma que se encuentra al oeste del actual montón de restos
arqueológicos, entre éste y el cauce del río. En este lugar
probablemente existan aún intactos los niveles de base originales de la
motilla. Convendría su protección administrativa sin más demora, ya que no está
incluida en la carta arqueológica de este término municipal. En segundo lugar, queremos llamar la
atención acerca de un tipo de hallazgo sorprendente que existe en este lugar:
hemos constatado la existencia en La Jacidra de material arqueológico fosilizado
dentro de rocas tobáceas generadas por el flujo del agua del río Guadiana, rica
en sales y carbonato cálcico. Esas rocas formaban parte de la motilla que ahora
se encuentra desplazada de su posición. Esas rocas son relativamente modernas y
su creación se relaciona con el batir del agua cargada en sales, propia del
Guadiana. Sucede entonces que esos componentes minerales antes disueltos precipitan y se
adhieren al objeto mineral o vegetal con el que entran en contacto. Por ese proceso se han creado las
barreras travertínicas que han dado lugar a las Lagunas de Ruidera. Y, por ese
mismo proceso, cerámicas, huesos y cenizas de la Edad del Bronce procedentes de La Jacidra han pasado, a lo largo
de tres mil años, a formar parte integrante de la toba. Ello tiene un
significado evidente y muy relevante: el registro arqueológico de
la Edad del Bronce creado sobre el cauce del Guadiana y que dio lugar a la
motilla se vio inundado de forma recurrente por el río con posterioridad a su depósito allí.
Los Vadinienses fueron la tribu cantabra que pobló la parte Oriental del actual territorio asturiano y el nororiental de Leon. Las tribus eran regidas por un jefe, apoyado de instituciones como un consejo de ancianos y habitaban en castros. Existía una unidad menor de la tribu, el clan, formado por diversas familias con antepasados comunes. Su capital era Vadinia y contaba con 4 clanes: Arcaedunos, Aroniaecinos, Cantianos y Corovescos. Se organizaban socialmente por filiación materna. La gentilidad se formaba por línea femenina. Las mujeres casaban a sus hijos y las hijas heredaban de la madre. Por lo que lo más notable de este pueblo, es que manifestaba un gran protagonismo de la mujer. Las mujeres vadinienses eran depositarias de los derechos de transmisión de la propiedad. Los Vadinienses son sobrios, duermen en tierra y dejan sus cabellos largos y sueltos según las costumbre de las mujeres, aunque cuando combaten se ciñen las frentes con una banda. Todos visten, en general, de negro con túnicas con las que también se acuestan sobre las camas de paja. Los hombres vestían túnica atada con un cinturón además de un capote negro de lana. Usaban una especie de sombrero o gorra y calzaban abarcas de cuero. Las mujeres llevan enaguas y vestidos bordados de flores. En cuanto a su armamento, la mayoría llevan armas ligeras, principalmente dardos y lanzas. Para el combate cuerpo a cuerpo utilizaban armas pequeñas y ligeras como espadas y puñales, siendo las primeras cortas y con punta, con discos en la empuñadura, otras de hojas fascicular. La falcata, también utilizada por los Vadinienses, era un arma curvada de unos 45 cm de hoja corta, el puñal, tiene dos variantes, un cuchillo curvo o afalcatado y otro con nervadura en la hoja. Como defensa tenían escudos cóncavos, redondos y pequeños hechos de cuero, con una parte central de madera donde se coloca el umbo metálico
Los torques son uno de los vestigios mejor estudiados de todos los que nos ha legado el mundo celta. En la Península se han encontrado numerosos de ellos, realizados en hierro, bronce o en metales preciosos. Algunos resultan tan bastos y pesados que cuesta creer que pudieran ser utilizados; sin embargo otros son exquisitos trabajos de orfebrería ricamente decorados, ligeros y flexibles. Los torques eran usados en diferentes rituales (igual que las máscaras, calderos, vasos o tallas representando a dioses) a modo de adorno en torno al cuello y constituían un símbolo distintivo para los miembros más relevantes de la tribu, como es el caso de los guerreros, los druidas o los nobles, a la muerte de los cuales frecuentemente pasaban a formar parte de su ajuar funerario.
Descripción Este asentamiento de la Edad de Hierro constituye un ejemplo sumamente representativo de un "castro costero". Está situado en una pequeña península de relieve abrupto. Aunque estuvo ocupado desde principios de la segunda Edad del hierro hasta bien entrada la época romana, su apariencia actual tiene su origen en el cambio de Era, momento en que vivió su mayor expansión urbanística y demográfica. Se estructura a partir de un complejo sistema defensivo con una primera línea de foso y muralla que protege el istmo, seguida de otra que delimita los recintos de habitación y alcanza trazos monumentales. Aquí se abre la entrada principal y la escalinata de acceso. En el interior, agrupadas en tres plataformas, encontramos más de treinta estructuras arquitectónicas que se adaptan a la accidentada topografía de la península y que son de planta sencilla y forma circular u ovalada. La mayoría serían viviendas y algunas se destinarían a trabajos artesanales. (Xunta de Galicia)
Son Fornés es un yacimiento arqueológico ubicado en las inmediaciones de la localidad de Montuiri, en la isla de Mallorca, la mayor de las Baleares (España). Tiene una historia de unos dos mil años. Fue construido en la época talayótica (siglo X a.C.) y se mantuvo hasta mediados del siglo VII a.C.. El período talayótico fue, sin duda, el de máxima ocupación de este enclave prehistórico. Se mantuvo habitado casi ininterrumpidamente hasta el siglo I, a partir de entonces recibió visitas esporádicas durante el periodo bizantino e islámico. Se encuentra parcialmente excavado, especialmente la zona central, y en un buen estado de conservación. En cuanto al acceso al yacimiento, este es muy sencillo. Es perfectamente visible y se puede acceder por carretera en coche y luego a pie por el camino, de unos cien metros. Se trata de una construcción con carácter de hábitat. Localización Son Fornés se encuentra a unos 2,5 km al noroeste de Montuiri. Esta zona se caracteriza por un relieve interno llano, con colinas de alturas inferiores a los 200 m, exceptuando el macizo de Randa (543 metros sobre el nivel del mar). El yacimiento en cuestión se encuentra en una de estas colinas (de unos 130 m) rodeado por terrenos de uso agrícola, ganadero y forestal. Tiene una extensión total de, aproximadamente, tres hectáreas. Se trata de un yacimiento público siempre abierto para la visita de turistas, o cualquier interesado en examinar un enclave prehistórico. Estado de las estructuras Del momento cumbre del yacimiento, es decir, de época talayótica, se conservan dos talayotes de planta circular y siete habitaciones, además de un fragmento de muralla. El grado de conservación del poblado en su totalidad correspondiente a la época talayótica es de 2,53 sobre 5